La salud es un estado de bienestar físico, social y mental y en consecuencia, son varios los factores que pueden provocar una alteración en esta condición. Por otra parte, se ha identificado que en el ámbito laboral el sedentarismo y la exposición a factores de riesgo en el trabajo, como aquellos derivados de la carga física y componentes psicosociales, son precursores de múltiples alteraciones en la salud, dentro de las que se incluye a los Desórdenes Músculo Esqueléticos –DME-. Es así como desde las organizaciones de salud pública, se confirma que parte de la solución corresponde al incremento de la actividad física, con el consecuente aumento que ésta genera en los niveles de gasto energético y metabolismo basal.
La política también incluye a la población trabajadora, pues favorece su condición de salud en general y mejora la funcionalidad del individuo.

En consecuencia, la intervención terapéutica cobra importancia al tener como objetivo mejorar las diferentes cualidades físicas de un individuo, tomando como base el ejercicio prescrito y orientado. El ejercicio en sí, está fundamentado en movimientos integrados, multiplanares, estabilización y desaceleración articular, con el fin de mejorar la resistencia muscular y por ende la cardiovascular (García, 2008). Particularmente, en el caso de individuos desacondicionados o con alteraciones músculo esqueléticas, se observan déficits en la ejecución de patrones de movimientos normales que conllevan a compensaciones musculares, alteración de la amplitud del movimiento por dolor y fatiga muscular temprana. Lo anterior, genera un ciclo vicioso, ya que produce ajustes posturales inadecuados, con una consecuente mayor debilidad en las cadenas cinéticas involucradas y afectación de la función.

Por otra parte, se ha identificado que en el movimiento humano, la aptitud neuromuscular funcional está marcada por las exigencias de las actividades de la vida diaria y laboral y que adicionalmente, la capacidad de tener resistencia muscular está relacionada con el estado de salud del individuo. Además, se ha identificado que la condición física se asocia a la funcionalidad y por ende a la calidad de vida y rol social; de ahí que, el desarrollo de las cualidades físicas representa un aspecto fundamental que se debe intervenir para mejorar las respuestas motrices de un trabajador cada vez que esté enfrentado a múltiples requerimientos de una tarea o actividad y en consecuencia prevenir alteraciones de las estructuras implicadas.

De acuerdo con el modelo de terapia manual expuesto por Comeford en 2012, e influenciado por Janda y Sahrman, se afirma que en el manejo de las alteraciones neuromusculoesqueléticas se debe reeducar la estabilidad muscular dinámica y el equilibrio del sistema muscular local que controla la traslación de un segmento; simultáneamente se debe controlar la estabilidad dinámica global durante todo el rango de movimiento, de manera que, para controlar la estabilidad funcional, es necesaria una perfecta coordinación de los sistemas local y global (Figura 1). Para lograr esto, se cuenta con herramientas como el entrenamiento de fortalecimiento tradicional “contracción isotónica” y core “contracción isométrica”, añadiendo el componente de flexibilidad, obteniendo un equilibrio muscular que favorece actividades funcionales.